Queda la palabra Yo. Poetas colombianas ante el presente
Este
volumen rinde un homenaje a la poeta colombiana María Mercedes Carranza, quien
nos dejó en 2003. Y es que el título ─Queda
la palabra Yo─ es inicio de un verso que pertenece a un poema que comentaré
más adelante.
La
palabra de las mujeres en la tradición literaria colombiana ha tenido que
romper la hegemonía patriarcal que hasta ahora, en todas las literaturas, fija
el canon. Los argumentos, históricamente excluyentes, de la crítica oficial se
apoyaban en una presunta calidad, en la idea de que las diferenciaciones de
género son banales. Y lo son, según se miren, pero es también una trampa argumentar
la escasa valía de la poesía escrita por mujeres para excluirlas.
Las
poetas colombianas son escasamente conocidas en los circuitos internacionales
debido a la falta de una estrategia crítica que las acoja. En España, Carmen Conde publicó en 1947 un importante libro de poesía claramente feminista, Mujer sin edén. Ella emprendió la tarea de
difusión de la poesía hispanoamericana escrita por mujeres en una antología muy
conocida, Once grandes poetisas
americohispanas (publicada en 1967), que completaba su anterior antología,
de 1955, Poesía femenina española
viviente. En el libro de 1967, se ocupaba de autoras canónicas del medio
siglo, como Delimira Agustini, Gabriela Mistral, Julia de Burgos, Fina García
Marruz e Ida Vitale. Pero en su amplio prólogo también daba a conocer un número
importante de poetas mexicanas, cubanas, uruguayas, chilenas, argentinas, algunas
de ellas muy jóvenes, como la panameña Berta Alicia Peralta.
Sin
embargo, en tan importante rescate de voces femeninas, se echa de menos la
presencia de colombianas. Lastimosamente, Carmen Conde no tuvo noticia de Meira
del Mar, de Matilde Espinosa, de Emilia Ayarza, ni de Maruja Vieira, esta
última todavía entre nosotros. No era totalmente responsabilidad suya que la página de la
literatura colombina permaneciera en blanco en esta antología, sino de nuestra propia
crítica.
La
urgente la tarea de impartir “justicia poética” se llevó a cabo cincuenta años
después con Antología de la poesía
colombiana de 2006, encomendada por
el Ministerio de Cultura al poeta Rogelio Echavarría, quien intenta reparar ese
error histórico ofreciendo un balance de más de 30 nombres femeninos a lo largo
de los siglos, entre unos 300 masculinos. Debe reconocerse lo mucho que contribuyeron
al conocimiento de la escritura de mujeres las especialistas Ángela Robledo y
Luz Mery Giraldo (también poeta ella), pioneras de los estudios de género en el
país. Asimismo es importante el reciente rescate de voces femeninas de la antología de la poeta Guiomar Cuesta que reúne 153 poetas nacidas entre 1950 y 1989.
El
volumen de Echavarría se inicia con la monja clarisa Francisca Josefa del
Castillo y Guevara, quien escribiera a finales del siglo XVII y la primera
mitad del XVIII, bajo la influencia de Teresa Ávila. Pasa por Matilde Espinosa,
cuya poética encierra el dolor contenido en la fría belleza del paisaje: “Algo
brilla en la arena / algo tiembla en el agua / serán los ojos de los niños
muertos / o la media luna perdida / en la madrugada.”
Nos
sorprende con Emilia Ayarza y su estremecedor poema: “A Cali ha llegado la
muerte”, con el que expresa el estupor
ante la violencia partidista, que en los años cincuenta estremeció al país: “
No. / Nada pudo detener la muerte, / llegó a Cali navegando / y los corceles
del océano Pacífico / la saludaron volcando sus belfos en la playa./ […] / Llegó
sin pasaporte y cruzó la frontera / caminando sobre el miedo sus belfos en la
playa.”
La
poeta más joven incluida por Echavarría es Gloria Posada, nacida en 1967, quien
nos sitúa en el abismo de la muerte ante la amenaza de la guerra: “ Al grito de
guerra ningún varón se quedará en la aldea…/ ¿Qué haremos las mujeres / con el
amor / mientras los hombres / convocan la muerte?”
La antología que hoy presentamos, Queda la palabra Yo, preparada por las
poetas españolas Verónica Aranda y Ana Martín Puigpelat es el resultado de su
sorpresa en el conocido Encuentro
Internacional de mujeres poetas de Cereté, donde descubrieron la riqueza de
la poesía colombiana escrita por mujeres y la forma como la comunidad acogía su
mensaje.
Vienen
aquí 17 voces de autoras nacidas desde 1951, como Piedad Bonnett, que abre la
antología, hasta los ochenta, como Irina Henríquez, nacida en 1988, con quien
se cierra este libro.
Puede
decirse que ninguna de estas poetas es ajena a la dolorosa realidad del país, a
sus cicatrices, “la forma que el tiempo encuentra de que nunca olvidemos las heridas.”, como
sugiere Piedad Bonnett. La guerra que ha desangrado nuestros campos y el terror
que ha sembrado en los corazones emergen en versos como los de Patricia Iriarte
Díaz-Granados: “ Yo solo respondo por mi vida / cercada de peligros de aquí y
de allá / un malqueriente, una bala perdida, / un paso mal dado...”
El desarraigo y la pena de quienes
fueron expulsados de su paraíso, los desplazados de todas las guerras, se ahoga
en un yo aprisionado bajo el tú en la voz poética de Mery Yolanda Sánchez:
“Ahora solo de lejos puedes mirar la propiedad de tu tierra”
El terror ante una amenaza se impone en
la tensa y contenida poética de Yirama Castano: “Pero un día llegaron los
falsos monjes / a pintar con aerosoles / agujeros negros en tu cielo.”
Lejos
de pactar con la búsqueda del confort y del bienestar impuestos por el mercado
y los medios, a la poesía, que suele ser arisca y desgarrada, según María Zambrano, le corresponde gritar verdades
inconvenientes.
Afirma
Beatriz Vanegas Athías, en esta antología, que escribir le permite vengarse del
cruel, del mediocre, del arribista y del tonto, incluso del que es feliz con su
manifiesta tendencia a hacer el ridículo; en tanto que María Clemencia Sánchez
escribe dentro de una tradición contra la que lucha, es decir, deja claro que
la tensión se resuelve en el poema.
Demoledora
resulta Camilia Charry a la hora de presentar la fría crueldad a la que se
somete todo lo que vive y respira, la naturaleza humana impía que devora al
otro.
Mordaz,
cargada de ironía y sensualidad es la poética de Fátima Vélez, en su búsqueda
de la materialidad de la escritura que orienta su mirada de entomóloga.
Eliana
Díaz Muñoz, por su parte, tanteando una definición de la poesía nos dice que “A
lo mejor sea aquello que, en su más honda insignificancia nos devuelva al
blanco vacío de la existencia”. Se escribe para recordar que ya no somos las
mismas tras caer en el abismo de la página, como sugiere Irina Henríquez.
De
la herida al dolor, de la cicatriz al silencio, de la crueldad a la ironía, de
la materialidad de la escritura al vacío… Son tantas las propuestas de este
grupo de mujeres que no puedo detenerme en todas ellas.
Vienen
de una tradición contra la que luchan y, dentro de esta tradición, se situó
paradójicamente, también María Mercedes Carranza, cuyo poema incluido en la
contraportada no puedo sino comentar. A ella le correspondió romper con la
solemnidad y el arraigo en los cánones del clasicismo de cierta poesía
colombiana.
El
poema pretende asesinar las palabras “Amistad”, “Amor”, “Libertad”, “Igualdad”,
“Esperanza”, “Civilización” y “Felicidad”. ¿Qué nos queda, pues, tras esta
masacre? Únicamente “Queda la palabra Yo”.
Sorprende esa aparente insolidaridad de Mercedes Carranza.
Recordemos, por ejemplo, a Antonio Machado, quien construía la solidaridad
desde el propio yo: “Converso con el
hombre que siempre va conmigo, / quien habla solo espera hablar a dios un día. /
Mi soliloquio es plática con este buen amigo / que me enseñó el secreto de la
filantropía.”
Es el yo interior, que permite llegar
al nosotros, a los demás. Machado no dijo “el secreto de la misantropía”, sino
de la “filantropía”, el amor con todos, la solidaridad. Pero María Mercedes
Carranza necesitaba romper con palabras que, en la historia colombiana, habían
quedado vacías, carentes de significación. Para ella, “amistad”, “fraternidad”,
“libertad”, igualdad”, “amor”, “Esperanza” no son sino carcasas vacías que, de
tanto repetirse sin que marquen acciones reales, han perdido todo sentido. Buscaba recuperar las palabras
en su significado pleno y quería conseguirlo desde el encuentro con el propio yo, un sujeto, el único sujeto, en el
que verdaderamente podía confiar.
Por
eso hay que construir una poética inclusiva, como por ejemplo, desde el
oxímoron, que acoja lo opuesto, y hasta lo posiblemente absurdo, para
mostrarnos otras caras de la realidad: del horror a la belleza, hasta la
soledad sonora de san Juan de la Cruz y de Juan Ramón Jiménez.
En
el momento presente de la historia de nuestro país, de nuevo es necesario
recuperar el sentido pleno de las palabras. Conseguir que la palabra sea una
acción y, por eso, la nueva voz de las poetas colombianas resulta hoy tan
importante.
Ah, qué buena noticia. Siempre ha sido complejo hallar un balance entre los poetas hombres/mujeres. Que esta antología intente reivindicar un poco la situación es por lo menos alentador. Ya la leeremos ¿dónde se encuentra? Hay una compilación muy bonita que realizó el Ministerio de Cultura sobre la obra de María Mercedes Carranza, de muy buena factura. Hoy es 21 de marzo, así que feliz día de la poesía.
ResponderEliminarMuchísimas gracias Miguel. La antología se encuentra en la editorial eMe de Madrid:
ResponderEliminarhttps://coleccioneme.wordpress.com/2017/05/05/poetas-colombianas-actuales/