Colombia, ¿tiempos de paz? 9 de abril de 1948

En un día como hoy, hace 69 años, fue asesinado Jorge Eliécer Gaitán, el candidato del partido liberal que mayor apoyo popular alcanzó en la historia de Colombia. El magnicidio dejó una herida tan profunda en los colombianos que, paralizados por el horror y el miedo, borraron de su memoria los momentos gloriosos de su ascenso como tribuno del pueblo. Considerado el primer líder social, Gaitán había calado hondo en el corazón de los más humildes convocando adhesiones con un discurso sencillo y sincero: “No soy un hombre, soy un pueblo”, palabras en las que insistiría y que se quedaron grabadas en la piedra de los monumentos levantados en su honor.
El día de la postulación de su candidatura a la presidencia de la República, la capital vio desfilar delegaciones de los lugares más apartados del país que acudían para mostrar su adhesión al líder. Estremece el reportaje que sobre ese día filmaron los célebres cineastas Acevedo, la apoteósica manifestación popular, el riguroso y solemne desfile del gremio de choferes engalanados con carteles. La fervorosa agitación de pañuelos saludando al candidato; las bandas de música, las representaciones de los sindicatos y de las distintas agrupaciones cívicas que se agolparon en la plaza de toros. Acusado tanto de comunista como de fascista, Gaitán fue un liberal demócrata reformista que entendió la necesidad de resolver las vergonzosas desigualdades del país, con políticas sociales destinadas a las clases menos favorecidas.
Como señaló Osorio Lizarazo, refiriendo los comienzos de la carrera política de Gaitán, cuando era un estudiante de Derecho y un precoz agitador de multitudes, aprendió “en carne viva que la angustia del pueblo sólo tiene solución en la determinación del mismo pueblo de modificar su destino, y que el hombre sensible con responsabilidad debía encabritar ese anhelo y no ponerse a tomar cerveza y a discutir teoría”. Pensaba, sin duda en los intelectuales de su generación que, bajo la etiqueta de “Los Nuevos”, se reunían en el café Windsor de Bogotá y de los que Gaitán se distanciaba, ya que sus preocupaciones, más que estéticas, eran profundamente sociales.
Para el historiador David Bushnell, “Gaitán no llegó nunca a articular un programa político definido. Hablaba vagamente de socialismo pero no era marxista, si bien algunos planteamientos del marxismo habían influido en su pensamiento. Sin duda, se proponía ir más allá que [el presidente liberal] López Pumarejo en lo referente a la intervención estatal en la economía y la promoción de la reforma laboral y el bienestar social, pero las diferencias eran solamente de grado, no de esencia.” Según este historiador, jugó en su contra “la manera cómo se expresaba” cuando se refería a los poderes hegemónicos que denominaba “oligarquías”. Pero fue, precisamente, esa manera suya lo que le permitió conectar con las masas que se sintieron representadas en esa voz.
Recogiendo los testimonios de quienes lo conocieron, Arturo Alape da cuenta del poderoso influjo de su verbo sonoro en la memoria colectiva: “Es que cuando uno vuelve a escuchar su Voz [uno] se transporta. Y ve al jefe rasgándose por dentro al pronunciar sus discursos y revive la sinceridad con que él hablaba”, confiesa un hombre humilde, sumido en el dolor y el desencanto por ese sueño que estalló en pedazos, cuando el asesinato del líder desató un incendio de dimensiones apocalípticas en el que la turba enloquecida perdió su norte.
Pero el fenómeno de Gaitán no fue un caso único en la historia de América Latina. Por entonces, también en Argentina comenzaría el ascenso de líderes con amplio apoyo popular como Juan Domingo Perón, a quién la historia sí le dio la oportunidad de cambiar los destinos de su país. Entre luces y sombras, su impronta dejó una huella indeleble, aunque históricamente discutida. La misma suerte corrió Rómulo Betancourt, en Venezuela, fundador del partido Acción Democrática que subió a la presidencia en 1945. A Gaitán, en cambio, le fue arrebatado ese derecho que parecía otorgarle el pueblo. No sabemos lo que hubiera sido de nosotros los colombianos si este jurista apasionado hubiese llegado al poder. Él ya había demostrado coraje cuando llevó al Congreso el debate sobre la masacre de las bananeras en 1929 con una abrumadora cantidad de testimonios y documentos. Lo cierto es que sin Gaitán hemos transitado a la deriva en una espiral de violencia que, con el paso de los años, no ha hecho más que sumar nuevos factores al conflicto.
El propio Gaitán ya convocaba la paz en las célebres marchas de las antorchas y del silencio. En esta última, dos días antes de su asesinato, elevaba un ruego al entonces presidente Ospina para que detuviese la matanza de liberales por parte de las fuerzas del orden. “Señor Presidente: En esta ocasión no os reclamamos tesis económicas o políticas. Apenas os pedimos que nuestra patria no transite por caminos que nos avergüencen ante propios y extraños. ¡Os pedimos hechos de paz y de civilización!”.
Tras la firma de la paz con la guerrilla de las FARC, la comunidad internacional da por resuelto el conflicto colombiano, y ni siquiera se pregunta qué sucede actualmente al interior del país. No se tiene en cuenta que uno de los problemas más graves que afronta Colombia es el de la tenencia de la tierra, ya que en un porcentaje altísimo no está formalizada. Esto ha favorecido que unos pocos, apoyados por ejércitos privados, se apropien y controlen territorios para la explotación de sus recursos, y para el transporte de productos de manera ilícita. Este brutal ejercicio de poder explica que en el país los ricos sean cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres, sin hablar de los millones de desplazados por ese motivo, y que requieren con urgencia políticas destinadas a su reinserción social. ¿Cómo instaurar la paz con semejantes asimetrías?
Gaitán se proponía combatir los privilegios que desencadenan la violencia por la injusticia y las desigualdades que fomentan. Como concluye Osorio Lizarazo, Gaitán: “Encarnaba la superación de todo un periodo histórico social y la reducción de las jerarquías y de las aristocracias, las oligarquías, de todo lo que fuera privilegio. Es muy posible que el advenimiento de Gaitán a la presidencia de la República no hubiera implicado una revolución definitiva; pero al propio tiempo era indudable que nada sería bajo su gobierno idéntico a lo que había sido”. Y a lo que fue después.

Comentarios

  1. Espléndida semblanza de Jorge E. Gaitán en la sólida pluma de Consuelo Triviño.

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