De Jeromín a don Juan de Austria, Luis Coloma

Don Juan de Austria (1547-1578), hijo bastardo del emperador Carlos,hermano de Felipe II, llegó a ser muy temido en la Europa de su tiempo. Héroe de Lepanto, la batalla que aseguró la hegemonía sobre el Mediterráneo de las potencias europeas, fue amado por unos, envidiado por otros. Entre luces y sombras, su vida se vio sujeta a las intrigas palaciegas que precipitaron su amargo final. Con los triunfos bélicos conseguidos aseguró los dominios del imperio español en Italia y Países Bajos. Esto no lo hizo, sin embargo, merecedor de la confianza de su hermano, todo lo contrario, temeroso de que pudiera abrigar tanta ambición como para arrebatarle la corona, Felipe II lo mantuvo alejado de la Corte y de España. No le reconoció debidamente los méritos, ni le concedió los privilegios prometidos, como tampoco facilitó que se le rindieran los honores de alteza real, a los que tenía derecho. Influyó en la severidad y ambigüedad de su conducta, según parece, el célebre Secretario de Estado, Antonio Pérez quien alimentó dudas respecto al hermanastro.
La juventud intrépida de don Juan, su valor, osadía y mesura en los asuntos de Estado inspiraron una leyenda que dio lugar a numerosas novelas y relatos. Quizás la más conocida sea la del sacerdote jesuita Luis Coloma, Jeromín escrita en 1903 y publicada en 1907. Autor del relato infantil El ratón Pérez, Coloma es considerado por la crítica académica como un “novelista menor del realismo” (véase Emilio González López, 1965). Pero su talento narrativo fue reconocido por Emilia Pardo Bazán, católica como él, quien señaló en su novela Pequeñeces (que se instala en el periodo de la Restauración en España) un “realismo calculado”, así como una especial habilidad para seleccionar con atrevimiento y cautela determinados detalles de la realidad que seducen al lector.
Como novelista, Coloma no pretendía polemizar con los historiadores, mucho menos cuestionar hechos asumidos por las instituciones del poder. En el Manual de literatura española (1983) Felipe Pedraza Jiménez y Milagros Rodríguez Cáceres consideran que Jeromín es la mejor obra del autor. La fuente de Coloma para este relato histórico es Lorenzo Van der Hammen, primer biógrafo de don Juan, a quien cita a menudo. El manual destaca en Jeromín la muy bien lograda ambientación de la época y el aprovechamiento por el autor de los aspectos de mayor interés novelesco. Viene a decir lo mismo que Pardo Bazán, quien sabía de lo que hablaba porque conocía sobradamente a los grandes realistas franceses y rusos.
¿A más de un siglo de la publicación de esta novela, qué provecho y disfrute podemos sacar de la misma? Al margen de la ideología del autor y de su intención en el momento en que ve la luz este libro, pienso que el mérito radica en su apropiación del realismo entendido como "efecto de realidad" y en el tratamiento de un personaje cautivador, que desconoce sus orígenes y está llamado a realizar grandes hazañas. La humildad del niño Jeromín contrasta con la figura de don Juan que representa el poderío de la Corona española en lucha contra los moriscos rebeldes de Granada, así como contra los turcos y los protestantes. Pero, a la vez, este joven apuesto se convierte en el espejo en que se mira un monarca de compleja personalidad, severo y de proverbial austeridad.
La obra alcanzó una importante recepción como lectura juvenil, ejemplo de valores cristianos. Pero es obvio que el anticlericalismo de la España de principios del siglo XX no simpatizaba con autores como Coloma. Más allá de la cuestión religiosa de fondo, Jeromín atrapa porque instala al lector en la situación de un niño que no sabe quién es. La incertidumbre de los orígenes es patrón que ofrece grandes posibilidades narrativas. Como en un folletín, el niño que juega en la calle con los rapaces descubre su linaje real, alimentado con ello la imaginación popular. Jeromín conoce a su verdadero padre, el emperador Carlos V, a la edad de once años y a su hermano, Felipe II, a los catorce. En la corte se ve envuelto en asuntos turbios relacionados con el enfermizo y trastornado príncipe Carlos, que pretendía asesinar al rey, su padre. Don Juan sale airoso de este episodio, rumbo a Italia para cumplir con la misión militar al servicio de la Corona en la que también se embarcaría Cervantes, su contemporáneo.
El hábil manejo de la intriga nos instala en la España de Felipe II, en las costumbres de la Corte y en la mentalidad de la época. Poco importa la ideología del padre Coloma para quien la novela es como el púlpito y su función de narrador no es otra que predicar el Evangelio. La obra sobrepasa esas limitaciones al penetrar la realidad y descubrirnos verdades humanas universales. No existen razones para descalificar a un autor por la ideología que profesa. Francia aporta ejemplos de autores católicos como Joris-Karl Huysmans, en su segunda época, o Paul Claudel que hacen parte del canon literario, sin que la crítica autorizada los menosprecie.
Destaco en esta novela de Coloma su habilidad para dosificar la información (el realismo contenido al que se refiere Pardo Bazán). Paso a paso, el narrador nos prepara para que simpaticemos con su personaje. Lo vemos jugando en la calle a moros cristianos con otros niños de su edad. De repente, unos seres extraños le arrebatan aquella infancia feliz. Lo que sigue es una preparación para conducirnos a la verdad, cuando el niño se entera de que su padre es el emperador Carlos V, quien está próximo a morir, como se representa en un célebre cuadro. Esta verdad viene envuelta en los velos del protocolo que exige la corte con su séquito de secretarios y ayudas de cámara. Después vienen los años de estudiante en Alcalá de Henares, junto con el príncipe don Carlos y Alejandro Farnesio. Allí deja memoria de sus amores y una hija que ingresará en una orden religiosa. Su vida posterior de militar y político pasa por un intrincado laberinto burocrático que le impide disfrutar plenamente de los triunfos. En el relato desfilan personajes oscuros como la princesa de Éboli y luminosos como Teresa de Jesús.
Resulta decisiva la cristiana educación que recibe don Juan de los padres adoptivos, que respetan su inclinación por la carrera militar sin imponerle la vocación religiosa. Nobleza, prudencia, prudencia, humildad, heroicidad y generosidad, son las virtudes que adornan esta personalidad. Es muy difícil no simpatizar con él; por eso conmueve su tragedia, la temprana muerte del joven militar que fue todo aquello que Felipe II no llegó a ser, rápido con la espada, desbordante de ánimo y amante de la guerra. Las circunstancias de su muerte no se desvelan en este relato, quedan sombras que señalan a personas influyentes como el mismo Antonio Pérez, sobre quien el autor corre un velo. Coloma entiende que corresponde a los historiadores desvelar el misterio a partir de las fuentes documentales.

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