Elvira Martín, Una vida sencilla en una época convulsa, Mirada Malva, 2015

Aunque este libro trate de una vida sencilla, no es sencillo para mí expresar lo que me suscita volver a leerlo después de un tiempo, ya que tuve el privilegio de asistir a su proceso de escritura. Su origen es el testimonio oral de Mariano, padre de Elvira Martín. El libro es el resultado de un trabajo de ordenación, de reelaboración del testimonio. En el se entrecruzan la historia, la biografía y la realidad social. Además, se literatuliza la experiencia vivida por el padre. Como mediadora, Elvira Martín respeta su prosa desnuda y directa para no falsear el mensaje que el protagonista aspira a trasmitirnos, lo que logra con gran habilidad.
El padre se dirige a la hija que se pregunta por los orígenes y con la serenidad a que da lugar el paso del tiempo, se permite el humor para conjurar los sufrimientos pasados. El testimonio es entrañable y doloroso, toca las fibras más profundas. Conmueve la hondura de los sentimientos que encierra, la grandeza de la persona que lo protagoniza.
Ante nosotros pasa la vida de Mariano, un niño con deseos de superación tan poderosos que se hace adulto prematuramente. Despojado de su infancia, crece en un medio rural extremadamente rudo, austero e implacable con los seres humildes. Se sitúa en la España profunda, en las provincias de Segovia y Madrid, en un periodo que abarca la proclamación de la República, el estallido de la guerra civil, la sombría posguerra, el exilio en Francia, la vuelta durante la transición.
Una vida sencilla… recoge hechos que no encontramos en los libros de historia y que constituyen eso que Miguel de Unamuno llamó intrahistoria. Es la memoria vívida de una España rural sojuzgada por la miseria económica y moral, sumida en la ignorancia y la desigualdad: “Vivíamos en el Arenal y no recuerdo haber tenido realmente infancia", así comienza el relato.
Inteligente, inquieto, de niño asiste a la escuela, pero debe desempeñar diversos oficios para contribuir al sostenimiento del hogar, como le correspondía a muchos niños de su condición. Sin embargo, Mariano lee, estudia apasionadamente, y aprende que la necesidad no es igual a la derrota, sino todo lo contrario, es un estímulo para seguir adelante y superar los obstáculos con fortaleza.
Son infinitas las lecciones que se pueden sacar de esta vida ajena al resentimiento, quizás, porque su protagonista no pierde la capacidad de amar, que manifiesta en un ejemplar sentido del deber para con los suyos. Aprendemos que en medio del egoísmo, la mezquindad y la dureza, prevalece la solidaridad no solamente para garantizar la supervivencia, sino para preservar la humanidad.
Dividido en diez capítulos, si tuviera que situar este libro en algún género no dudaría en ponerlo en la literatura testimonial por varias razones. En primer lugar, porque se trata de un relato de vida; en segundo lugar, porque esa vida evidencia la injusticia y la desigualdad de un país en una época histórica, así como el compromiso político y la persecución que padecen los trabajadores sindicalizados que en los años de la dictadura militaban en los partidos de izquierda. Sin pretenderlo, el protagonista denuncia unos hechos en circunstancias sociales o políticas adversas; en tercer lugar, porque su lectura despierta la conciencia y nos advierte sobre lo que podría ocurrir en el presente, si nos mantenemos indiferentes ante la pérdida de derechos que venimos padeciendo en los últimos años. Esta vida sencilla, se convierte, por tanto, en un tributo al padre, y en el reconocimiento a su ejemplaridad: "Durante muchos años estuve oyendo a mi padre contar historias de su infancia y juventud. En mi propia infancia, las tomaba como batallitas del abuelo que leía en los tebeos; a continuación, en la primera adolescencia, me parecían historias de un pasado remoto con el que no podía identificarme", aclara la autora en la introducción, lo que demuestra cómo, después de un tiempo, el testimonio del padre adquiere un sentido para ella. Entonces, se propone completar con él el relato familiar, porque nuestra vida no empieza en el momento de nacer, sino mucho tiempo atrás, ya que solo somos una continuación de nuestros antepasados.
Mariano, el padre de Elvira, le contó en varias sesiones distintos momentos de la saga familiar. Vemos como en una fotografía en sepia, hechos que se nos presentan en su crudeza, como los rostros de los niños endurecidos por el trabajo: "A pesar de todo, el que peores circunstancias encontró fue Casto; con cinco años, comenzó a guardar cerdos a cambio de la comida; no tardó en descoyuntarse las muñecas y las clavículas, porque se caía corriendo detrás de los cerdos".
Es lógico que en circunstancias semejantes, Mariano optara por la lucha sindical. Tenía sobradas razones para arriesgarse en unos años en los que el exilio podía ser incluso un premio a las penalidades y rigores a los que estuvo sometido.Sorprende en este relato el arraigo en unos valores sólidos como la familia, la buena educación, el esfuerzo, el espíritu de sacrificio y la honestidad, entre otros, y nos invita reflexionar sobre el pasado para no repetir errores. Pero también nos recuerda que en países de Asia, África y América Latina, el trabajo infantil en minas, fábricas y basureros es una realidad sangrante que debería avergonzar al mundo civilizado.

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