Elizabeth Mirabal, La isla de las mujeres tristes

Celebro efusivamente este Primer Premio Iberoamericano de Novela Verbum 2014 concedido a Elizabeth Mirabal, un reconocimiento estimulante para quienes escribimos, y para quienes leemos, pues nos ha descubierto a una narradora joven a quien se le abre un fulgurante comienzo, con una novela en la que se arriesga en su búsqueda formal sin pretender deslumbrarnos con experimentalismos ni efectos “especiales”. Su lenguaje es fluido, sencillo, pero singular, yo diría que muy personal.
La isla de las mujeres tristes nos instala en una época, particularmente evocadora para el mundo hispánico: finales del siglo XIX y principios del XX. Cautiva por varias razones, en primer lugar, por los temas que aborda: el amor, la historia de Cuba, las relaciones familiares, la representación de la nación desde distintos modelos y propuestas, el arte y la literatura; en segundo lugar, por su atmósfera: el ambiente de una familia aristocrática y culta en la Habana, en una época plena de decadentismo, simbolismo, de esteticismo modernista y de sensualismo exaltado; en tercer lugar, por tratarse de universo íntimo de seis mujeres, quienes giran alrededor del recuerdo de la hermana, que fallece a los diecinueve años a causa de la tuberculosis. Este grupo familiar no deja de recordarnos a las hermanas Ocampo, en la Buenos Aires de comienzos del siglo XX, encerradas en la placidez del hogar entregadas a la literatura, la música y el arte, embriagadas por ansias “de infinito”, que fluyen a través del hilo de la escritura y que trascienden las puertas del hogar burgués. Su protagonista es la poeta y pintora Juana Borrero, quien deja versos memorables, cartas y escritos, que deberían sumarse a la biblioteca modernista, más allá de la Isla de Cuba. Sus poemas aparecieron en la antología Grupo de familia, poesías de los Borrero (1895), año en que apareció el único libro de poesía que ella publicaría: Rimas. Fueron publicados en revistas como La Habana Elegante. Su extenso epistolario se editó en dos volúmenes, en La Habana, entre 1966 y 1967. Este universo femenino nos instala en una nube de idealidad, de aparente lejanía respecto a la realidad, y asombra cuando vemos que se trata de una novela inspirada en personajes históricos fascinantes. Juana Borrero nace en 1877 y fallece en 1896, un año después de José Martí, es decir, en medio de la guerra de independencia. La fecha es paradigmática porque coincide con la muerte del modernista colombiano José Asunción Silva y está muy próxima a la de su compatriota Julián del Casal, quien la inmortaliza en unos versos que parecen explicar su poética, como la famosa «Ultima rima» en la que reconocemos los ritmos de Darío. Son versos, al parecer, dictados a las puertas de la muerte, cuando no le quedaban fuerzas para escribir.
«Mi novio soñado de dulce mirada, / cuando tú con tus labios me beses / bésame sin fuego, sin fiebre y sin ansias. / Dame el beso soñado en mis noches, / en mis noches tristes de penas y lágrimas, / que me deje una estrella en los labios/ y un tenue perfume de nardo en el alma.» A lo que Casal parece responder en «Virgen triste»: «Nada de la existencia tu ánimo encanta; / quien te habla de placeres tus nervios crispa; / y terrores secretos en ti levanta, / como si te acosase tenaz avispa / o brotaran serpientes bajo tu planta.» Coincido con Abilio Estévez en que esta es una novela «extraordinariamente bien escrita, llena de sutilezas, de una sensibilidad y una inteligencia conmovedoras», que disimula sus «búsquedas formales». A ellos tendría que añadir el sentido del humor, la ironía e ingenio de la autora, que recurre a distintos procedimientos narrativos para informar al lector sin abrumarlo con datos: cartas, diarios, recortes de periódico. Estos materiales sirven para trasladarnos por distintas épocas de la vida de las Borrero que sobreviven, o para introducir otras voces y miradas, pues cada una de las hermanas ofrece una particular perspectiva íntima y a la vez histórica.
Y es que la obra no se limita a reseñar el devenir de la familia Borrero, ya que aborda además el traumático proceso de la historia de Cuba a través de los destinos de sus personajes. Al mismo tiempo, revisa el canon de la literatura al colocar en el centro de su universo una obra precoz, la particular mirada “femenina” de Juana Borrero, tan escasa en la nómina modernista.
Los difíciles amores entre Carlos Pío y Juana Borrero nos sitúan entre el Romanticismo y el decadentismo: ella muere de tuberculosis y él en la guerra de independencia. Esos amores se mantienen en la clandestinidad por la oposición del padre, pero es mucho más que esta anécdota por interesante que nos parezca. Abarca casi un siglo de la historia de Cuba, ya que una de las hermanas, a una edad avanzada, comparte con el lector los recuerdos. Los desplazamientos de la familia también aportan otras miradas como la que tienen de Cuba ciertos americanos. Y es que la familia tuvo que exiliarse por su implicación en las luchas independentistas. Aquí no se soslayan los datos históricos, como el viaje en 1892 en que Juana acompaña a su padre a Nueva York, donde se encontró con José Martí, quien organizó una velada en su honor.
La novela desmonta mitos o figuras paradigmáticas, como el propio José Martí y a Julián del Casal, cuya estética quedó relegada por la crítica oficial en Cuba. Sin embargo, en estas dos figuras se proyectan ideales que ponen en tensión afinidades, rechazos y opciones debidas a distintas lecturas e interpretaciones de sus obras. De hecho, en los últimos años Casal ha sido reivindicado, supongo que también como respuesta a la visión oficial y hegemónica de la literatura que puso a Martí en el lugar más elevado del canon. La poesía de Casal, por cierto, se puede consultar actualmente una edición de la editorial Verbum de 2001. Confío en que los lectores disfruten de la la embriagadora atmósfera de esta novela que recomiendo vívamente.

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