La piel del miedo, de Javier Vásconez

Javier Vásconez es sin duda uno de los más destacados narradores ecuatorianos, aunque no sé si deba relacionar el patronímico con la obra, ya que tras su escritura está la férrea y constante vocación de un autor de aspiraciones universales, que elude lo local y lo histórico y que prefiere introducirnos en los laberintos del alma humana, como ocurre con esta novela tan bien acogida por la crítica más exigente. Un ejemplo puede ser Ignacio Echavarría quien así la define: «Todos los elementos que caracterizan la narrativa de Javier Vásconez comparecen en estado de gracia en esta novela escrita con la penetrante plasticidad de una prosa parsimoniosa y envolvente», opinión que comparto, pues mi experiencia de su lectura ha sido tan grata como sorprendente. Confieso mi debilidad por las novelas de formación que exploran una etapa de la vida en la que el ser humano redescubre el mundo, ya no con los ojos encantados del niño sino con una curiosidad morbosa que lo lleva a los abismos por el que se siente atraído. La atmosfera de la narración de La piel del miedo es kafkiana, nocturna, sombría y luminosa, a la vez, cargada de señales a las que nos aferramos para entender la turbación de un joven ante un hecho brutal ocurrido en la intimidad del hogar, que marcará su vida de manera definitiva. Nos movemos en una constante ambigüedad: entre el amor al padre y la desconfianza hacia él; entre la compasión por la madre abandonada y el reproche por su ensimismamiento; entre la fidelidad al amigo y el sometimiento a sus trampas e incoherencia, sin que falte la experiencia amorosa a la que se deben los momentos más jubilosos de esta desamparada y solitaria existencia.
Dividida en breves capítulos cada uno de ellos abre una ventana pero a la vez nos sitúa ante una puerta cerrada que debemos abrir. En el trayecto, cómo no, descubrimos una ciudad, no la real, sino la soñada o padecida por el joven en su búsqueda de sí mismo, con el peso de la angustia ante la enfermedad que se manifiesta de repente y sobre la que no tiene control y que lo convierte en una criatura vulnerable. Por todo ello debe batirse contra los fantasmas interiores en su búsqueda del padre y de ese lugar donde ha de convivir consigo mismo.
Entendemos en La piel del miedo que la casa, refugio del ser, puede ser una amenaza y que aquellos encargados de protegernos también suelen ser causantes de nuestras desgracias. De todo ello se nos informa con la sutileza y la precisión el orfebre. La vívida narración en primera persona se carga de sentidos y de sugerencias que nos permiten palpar el temor del personaje. Pero además, las imágenes elegidas desde la primera página refuerzan esos sentimientos que se nos transmiten: el volcán derramando lava ardiente, que sin duda yace en el inconsciente de quienes han padecido la devastadora furia de la naturaleza sobre la ciudad; así como las blancas sábanas bajo las cuales se oculta el joven, o la sensación de frío e incertidumbre ante la violencia del disparo que da comienzo a la novela: violencia y miedo: señales de un destino trágico, quizás.
En un reportaje concedido a Mercedes Mafla, el autor confiesa que esta es su novela más autobiográfica y así lo sentimos cuando nos situamos en el tiempo y en el espacio. En su texto «En el jardín de Vásconez», la autora señala de qué manera el protagonista se abandona a la inminencia de la muerte y asume el fracaso como algo momentáneo, pues, a su juicio: «La continuidad sucede fuera de la novela». Finalmente, queda en el lector la percepción de haber contribuido a la búsqueda de sentido en los momentos más iluminadores del relato, acaso porque la felicidad de leer es también la de descifrar el mundo fundado por el autor.

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