Las mujeres en la indepencia americana

Las historias nacionales en Latinoamérica se refieren a los padres de la patria, especie de héroes o dioses que nos liberaron del dominio español. Saltan los nombres de Bolívar y San Martín y a su lado, Sucre o Córdoba. Pero ninguna historia nos habla de Manuela Sáenz, ni de Francisca Zubiaga de Gamarra, ni de Juana Azurduy quienes participaron en las batallas y demostraron más valor y coraje que los hombres. Fue tal su habilidad en el manejo de la espada, tal su capacidad de mando y sus dotes organizativas, a la hora de animar a la soldadesca, que merecieron altas distinciones militares: tenientes, coronelas, generalas. Esta excepcionales mujeres fueron muy valoradas en su momento por figuras avanzadas como Bolívar y San Martín. Por eso no se entiende cómo su retrato no aparece en el mosaico de la historia, al lado de tan ilustres varones. Antes de conocer a Bolívar y de unirse a él, Manuela Sáenz era una patriota militante que había participado en las luchas independentistas y ayudado a convencer a muchos realistas para que se pasaran al bando independentista. También había animado a la población más humilde, criollos y mulatos para que apoyaran la causa. Sin las "indiadas" ni las "negradas", como se les llamaba, los criollos no hubieran logrado su independencia. Tras el triunfo de Ayacucho y Pichincha vino lo más difícil que era la organización política de las jóvenes repúblicas. En ese momento es cuando a las mujeres, que naturalmente quieren compartir el poder con sus compañeros de lucha, se les hace de lado, se les persigue, ridiculiza, calumnia, se les margina, ejecuta o destierra. El peregrinar de Manuela Sáenz, expulsada de Santa Fé de Bogotá, tras la muerte de Bolívar, repudida en Quito y odiada en Lima, resume el esplendor y la miseria de un continente que tras la independencia eligió la esclavitud, el sacrificio de quienes empeñaron su fortuna y arriesgaron su vida por lo que entendían eran la libertad y la justicia, desconocidas por los criollos bajo el régimen colonial. Manuela Sáenz, enterrada en una fosa común, como Francisca Zubiaga de Gamarra, soportó un siglo de olvido y ahora, que parece haberse convertido en un ícono del feminismo en Latinoamérica, más que un homenaje o un monumento, se merece un lugar en las historias nacionales de las repúblicas que hicieron parte de La Gran Colombia, y del Perú, donde trabajó por la indepedencia. Muchos historiadores y novelistas han querido reparar el olvidó en que cayó construyendo para nosotros un ser de voracidad sexual animal, especie de marimacho insolente y caprichosa, una rara avis a la que se le valora por haber sido la amante de Bolívar. Muy pocos intentan ponerse en su lugar y ver más allá de su legendaria belleza y de su carácter a una mujer que demostró su valía entre los ejércitos y que conoció la dignidad de la derrota. Por eso, el pasado congreso celebrado en la Casa América de Madrid: "II Encuentro Internacional. Mujer e independencias Iberoamericanas", organizado por la Mirada Malva y por María Ángeles Vázquez, a quien hemos de agradecer su empeño y coraje para llevar a cabo estas empresas quijotescas, abre unas líneas de investigación sobre las que merece la pena profundizar para reconocerle a tan valerosas mujeres su verdadero papel en nuestra historia.

Comentarios

  1. Saludos, he leido su articulo sobre Manuela Sáenz y es el caso que realizo una investigación sobre la Libertadora, voy a estar en Bogotá del 20 al 26 de junio y quería consultarle la posibilidad de que me conceda una entrevista para hablar sobre doña Manuela. saludos gracias
    Ylich Carvajal
    ylichcarvajal@gmail.com

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