La novela que no se ha escrito

Hay temas que parecen no agotarse, por ejemplo, la revolución mexicana que ha dado lugar a una larga lista de novelas, algunas de ellas extraordinarias, como las magistrales Pedro Páramo de Juan Rulfo y Recuerdos del porvenir de Elena Garro, La muerte de Artemio Cruz, de Carlos Fuentes, hasta Nadie me verá llorar de Cristina Rivera Garza. Lo mismo ocurre en Colombia con la violencia de los años cincuenta, a raíz del asesinato del líder popular Jorge Eliécer Gaitán, que dio lugar al género conocido como "novela de la violencia" con obras importantes como El día del odio de J.A. Lizarazo, a la que siguen las novelas El día señalado de Manuel Mejía Vallejo, Cien años de soledad de García Márquez, Cóndores no se entierran todos los días de Gustavo Álvarez Gardeazábal o El crimen del siglo de Miguel Torres. El hecho es que se trata de episodios que abren una grieta en la historia de un país, que dejan una huella en la memoria, una herida que no se cierra. El tema, a la fuerza, se impone. Es lo que ocurre con la guerra civil en España, que se impone como una necesidad, cada cierto tiempo, y en los últimos años de manera ostensible.

Al leer La noche de los tiempos, de Muñoz Molina, escrita en un momento en que que la ley sobre la memoria histórica levanta ampollas, esperamos una mayor apertura al tema, no sólo una escritura correcta, que está garantizada, sino cierta dosis de pasión y acaso de compromiso, pero, desafortunadamente me quedé a medias, porque algo me faltaba al finalizar el libro. Me lo corroboró una amiga española que ayer me contaba cómo se había salvado su abuelo de ser fusilado, cuando estuvo ante el paredón y sus ojos se encontraron con los de la persona que le iba a disparar. Era un vecino de su pueblo que lo reconoció y le hizo el gesto de que erraría en el blanco, pero que se derrumbara tras el disparo, como si estuviera muerto. Así, arrojado al camión, con el resto de los fusilados, pudo escapar gracias al gesto generoso de su vecino. Este hecho demuestra de qué manera vivió el pueblo ese horror, refiere la grandeza y humanidad de las personas ante situaciones límite, lo que remueve las entrañas, sobre todo, si tratamos de ponernos en el lugar de los protagonistas, lo que en definitiva intenta hacer un escritor, lo cual entraña, en el fondo, una postura ética.

He leído unas cuantas novelas que tratan el tema de la guerra civil española, o que se sitúan en ese momento de la historia española. La ultima La noche de los tiempos, casi mil páginas para contar, muy por encima, lo que fue aquel episodio. No digo que la novela tenga que ceñirse a los hechos históricos y convertirse en una crónica, claro que no, pero lo que sí se espera de un autor es que pueda ir más allá de los hechos, para revelarnos hondas verdades de la existencia. Hace unos años leí una maravillosa novela que me recomendó mi amigo Arturo García Ramos, El diario de Hamlet García, de Paulino Masip, publicada en México en 1944, una extraordinaria y vívida narración de lo que fueron esos momentos previos a la toma de Madrid por los nacionales. La novela nos deja oir las voces de la gente de la calle, la algarabía de los cafés, los rumores en los entresuelos de las casas, la angustiosa huida de los que se sienten acorralados, la resistencia de los que se niegan a admitir la derrota, la temeraria acometida de aquellos que se resisten a reconocer la fuerza del enemigo. Después de esa novela, lo que he leído son historias que, si bien no carecen de amenidad, se quedan cortas. Mil páginas para decir lo que todo el mundo sabe, no sólo es un ejercicio vano, sino una muestra acaso de vanidad, el creer que podemos machacarle al lector la misma imagen, darle la vuelta a la historia de amor entre el arquitecto de la república y la americana, aportar dos o tres datos sobre los orígenes familiares del protagonista, y poner como telón de fondo la Residencia de estudiantes. Para decir tan poco, y además ya conocido, mil páginas, la verdad, me parecen un exceso.

Creo que la novela española actual pasa por una fase crítica, que se encuentra en un callejón sin salida, por la indiferencia de muchos de sus autores a lo que ocurre alrededor, a la pérdida de derechos que padecen los ciudadanos, a la corrupción, a la precariedad laboral. Puede que esté equivocada y obviamente me refiero a lo poco conocido, entre las celebridades encantadas de conocerse entre sí, pero no sé por qué lo que percibo es cierta comodidad en este presente precario para tantas personas sin horizonte ni esperanzas. ¿Quien de entre ellos dará cuenta de esta época, de su frivolidad, de la simplicidad del discurso político y de la ferocidad de los grupos económicos que manejan nuestras vidas? Cuánto echo de menos a Galdós.

Seguiremos esperando, pues, la gran novela sobre la guerra civil española que acaso se esté escribiendo en este momento. Vale que no se tenga la realidad como referencia, vale que cuestionemos las creencias y los discursos omnicomprensivos, que no nos tomemos tan en serio (si se trata de modestia, no de simular pudor, de ocultar la chulería). En literatura cabe de todo, inventar universos, crear mundos paralelos, hacer literatura sobre la literatura, parodiarse a sí mismo, asumir que el arte es puro artificio y seguir por esa línea. Lo que no encaja es la pose de que lo que ocurre alrededor no me importa, porque estoy por encima de la realidad social. Desentona eso de que pasamos de ser escritores "cívicos", de que somos artistas de una época descreída, que las emociones son primarias, que la pasión es cosa de almas simples, porque incluso Borges, maestro del artificio y la parodia, se lo creía, veía el universo entero desde el sótano de una casa de Buenos Aires, vio el aleph e hizo que lo viéramos: creer para ver y ver para crear.

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